Homenaje a un padre
Ángela Castellanos nació en Cúcuta, Colombia, en 1986. Creció amando el Magdalena gracias a los cuentos infantiles que le relataba su papá, donde los príncipes se convertían pescadores y los carruajes en canoas. Es fotógrafa, amante de los libros y los boleros. Subienda es su primera novela.

Subienda cuenta la historia de Javier Castellanos y el momento en que conoce el río Magdalena. Su vida cambia cuando llega a Magangué para terminar una obra de ingeniería civil que evitará las frecuentes inundaciones del pueblo. La narración sigue un orden cronológico: inicia a mediados de los años setenta y se extiende hasta comienzos de los ochenta. Está dividida en siete capítulos cortos.
Desde niño, Javier enfrenta dificultades: escasez económica, trabajo duro y un entorno exigente. Estas experiencias marcan su carácter. Si su infancia hubiera sido distinta, quizá no habría soportado tantos obstáculos. Es recursivo y luchador: mientras estudia, trabaja en la panadería familiar. Al poco tiempo de graduarse como ingeniero civil, comienza como ingeniero residente en la construcción de una estación de bombeo en Magangué, lejos de su natal Cúcuta. Camina más de dos horas para llegar a la obra, dos veces al día. Él siempre está en movimiento, como el Magdalena.
Uno de los rasgos distintivos de Subienda es su narrador: aunque está escrito en tercera persona, quien narra es la misma Ángela Castellanos. La autora viaja al pasado de su familia paterna, guiada por conversaciones con su padre, otros familiares y sus propios recuerdos. También se nutre de sus vivencias como fotógrafa documental en pueblos palafitos de Colombia, como Nueva Venecia.
Gracias a esa experiencia, Castellanos construye una narrativa visual y sensorial. Retrata con detalle la cotidianidad de los personajes, como si hubiese presenciado cada escena. Los enriquece con emociones genuinas y descripciones vivaces, lo que le da verosimilitud a la historia. Uno de los fragmentos más logrados es: «A su lado había gente con jaulas llenas de gallos, con cajas de las que salía un fuerte olor a pescado seco y al fondo un ruido insoportable al que los de por ahí llamaban ‘música’ y que él ya temía encontrarse: el vallenato».
En estos pasajes se percibe la atmósfera húmeda, calurosa y exuberante del Magdalena y sus poblaciones ribereñas. El lector siente que ha estado allí: «(…) también vio que su corriente era mansa, que las pequeñas olas que se formaban tenían el color del oro cuando el sol reflejaba sobre los picos del agua en movimiento, y que al fondo había pescadores regresando con las atarrayas llenas de pescado que brillaban a lo lejos».
La portada es preciosa: cálida, ocre y terrosa, como el color del río. En el centro, un pescador sobre una canoa que parece volar. El papel tiene una textura rugosa, semejante a las pequeñas ondas que forma el agua cuando la atraviesan las embarcaciones. Ondas que evocan también las escamas de los peces, tan importantes dentro del misticismo del relato.
Entre capítulos, se incluyen fotografías tomadas por la autora durante su proceso de documentación. Estas imágenes permiten al lector acercarse a la rutina de los pescadores, conocer sus rostros, la fuerza de sus manos, el tamaño de sus atarrayas y, sobre todo, la dignidad con que ejercen su oficio cada día.
Subienda es un libro lleno de romanticismo y misticismo. Una historia escrita desde la nostalgia y el agradecimiento. Es un homenaje a un padre, pero también un retrato de la sencillez, la recursividad y la fuerza de muchos otros. Una pieza literaria que da un lugar noble a los pueblos palafitos de Colombia. Una obra que recoge la riqueza gastronómica, musical y humana que se entrelaza en las aguas del río Grande de la Magdalena.
