Una mirada íntima a la metamorfosis femenina
Viviana Vanegas: Escritora, artista y científica
Viviana Vanegas es escritora, artista visual y bacterióloga, tres profesiones a las cuales se dedica con entrega y pasión. Ella hace parte del Colectivo Artístico Brurráfalos en su natal Barranquilla. Este cuento Las mujeres que vuelan mientras sueñan está incluido en la antología Todos somos escapistas, su primera obra literaria individual, publicada bajo el sello de Calixta Editores.

Primer vuelo: menstruación, símbolo de transformación
Las mujeres que vuelan mientras sueñan es un cuento con metáforas bien logradas y que tiene su corazón en los rituales de la metamorfosis que sufren las niñas al tener su primera menstruación. Este acontecimiento marca el comienzo de una etapa y, además, cambia su forma de ver y de conectarse con el mundo.
Breve pero profundo: una filigrana literaria
Es un cuento corto, pero que no te engañe su brevedad, porque está construido con hilos que crean una filigrana misteriosa, que al final de la lectura te deja la sensación de que algo se te ha escapado. Pinceladas ocultas que, a priori, han estado frente a tus ojos sin siquiera percibirlas, pero que le ha dado a la historia la atmósfera mística que lo hace especial. Por esta razón he leído varias veces el cuento y en cada una de ellas he tenido pequeñas revelaciones que me han sorprendido.
Narrador omnisciente: una voz que guía con detalle
Un narrador omnisciente cuenta lo que ocurre con prolijidad, elemento narrativo que disfruté mucho durante la lectura:
«En la sala, Irene desprevenida daba vueltas con su falda de cuadros azules y camisa amarilla de cuello de encaje del colegio».
Conoce las emociones de las protagonistas:
«Marla quería que Irene siguiera siendo una pequeña niña con la cabeza llena de verdades a medias, sobre su origen, sobre su padre que nunca conoció».
Tres generaciones, un mismo hilo vital
Tres personajes viven en esta historia que transcurre en una mañana diferente para ellas: Irene, la nieta; Marla, la hija y la abuela. Irene es la niña que ha comenzado a convertirse en jovencita. Ella está emocionada por el cambio que nota en su cuerpo y en su mente. Da la bienvenida a esta etapa de su vida con emoción:
«Estaba encantada con su nuevo estado “virtuoso”, como le llamaban las monjas en el colegio. Moría de ganas de decírselo a sus amigas».
Por otro lado, está Marla, madre de Irene, que desea que ella siga siendo su pequeña, para seguir protegiéndola del mundo, de las verdades dolorosas:
«(…) le angustiaba lo que vendría, los eventos que comenzarían a desarrollarse en su cuerpo y en su mente».
Y la abuela que con toda la experiencia que la vida le ha dado, sabe que por más que lo quiera evitar, Irene no podrá eludir a su destino. Ella sabe lo importante que es este primer día, lo acepta y lo celebra.
¿Tres mujeres o una sola en distintos tiempos?
En las primeras lecturas, concebí a las tres como personajes independientes que hacen parte de la misma historia. Pero cada vez que volvía a su universo la imagen sobre ellas cambiaba, así que, después las percibí como una sola persona, a edades distintas y, por lo tanto, con miradas alejadas o más cercanas de una idéntica situación. Una sola, en tres edades diferentes de su misma vida.

El espacio del hogar como santuario femenino
El escenario donde se desarrolla la trama es la casa:
«La casa entró en un sueño profundo donde las ramas de los helechos se escurrían, el vapor de la olla a presión se detuvo en el aire, las hormigas pararon de andar para quedarse en mitad de camino (…)».
Es el único espacio donde las tres mujeres se sienten seguras y donde vuelan y sueñan sin límites. Es este territorio, el que la más sabia de ellas custodia con recelo, haciendo lo posible para que nadie llegue dañar a su familia que por tanto tiempo ha cuidado.
Asimismo, allí se encuentra el objeto mágico que las inicia en los vuelos:
«(…) sacó de un baúl una caja pequeña con hermosos arabescos dorados. En ella había un peine y un espejo, el mismo que usó el primer día de su primer vuelo».
Volar como metáfora del despertar femenino
Volar es una bella metáfora. Es la forma cómo Vanegas llama al talento único que tiene cada ser humano. En el caso específico de la historia, la posibilidad de volar. El primer vuelo está relacionado con el primer período. Es el primer día en el que toda niña comienza su proceso de transformación, el hecho de poder ser madre y por ende la creación de su propia familia, es una clara analogía con la frase: abandonar el nido.
El cabello como símbolo de autonomía y amor propio
Otra metáfora que se destaca en el cuento es la de proteger el cabello. A Irene se le advierte acerca de no dejárselo tocar sin consentimiento. Para mí esto es simbólico y podría referirse al amor propio. Que nadie puede decidir por ella, nadie puede pasar los límites del contacto, pero no solo del físico, sino también del espiritual.
La belleza del lenguaje como sello de autoría
El lenguaje es hermoso y es lo que más me gusta de la autora, el talento de crear imágenes auténticas, sonidos que nos hacen volver en el tiempo, recreando escenas que, aunque cotidianas, quedan en la memoria del lector:
«La abuela tomó un mechón de cabello, lo acarició, lo sintió suave. Era de un color marrón, parecía de chocolate, con delgadas hebras de oro que emergían entre sus dedos».
Una historia que invita a volar y escapar
Como te conté al principio de la reseña, este es solo uno de los cuentos del libro Todos somos escapistas. Te invito a descubrirlo, estoy segura de que entre sus páginas encontrarás la historia perfecta para ti, haciéndote parte de una nueva generación de escapistas que recién despierta.
¿Ya leíste este cuento? Déjame tu interpretación en los comentarios o comparte la reseña con quienes aún no conocen esta joya literaria. Si disfrutas los cuentos y no sabes que leer, te invito a leer esta reseña de En el café de la Répuplique de Juan Gabriel Vazquez.
